Hoy, en el blog de TRIDIOM, queremos hablar de las lenguas muertas, pero de aquellas que siguen muy vivas y que nos acompañan en nuestro día a día.
Vivimos en un mundo en constante globalización que aposta por la unificación como método para incrementar su presencia internacional. Las lenguas juegan un papel fundamental en este proceso, pues existe un gran interés por localizar todo tipo de documentación al idioma considerado actualmente como lingua franca, es decir el inglés.
Este afán reduccionista suele mirar por encima del hombro a todo lo que considera anclado al pasado, incluyendo lo que conocemos como lenguas muertas. Sin embargo, las llamadas lenguas muertas no han caído en el olvido, y continúan muy presentes en nuestro día a día. Cabe resaltar entre ellas al latín, idioma base y clave en la evolución de toda lengua romance. Desde la perspectiva de la traducción, somos conscientes de su preponderancia en el entorno profesional y, por ello, nos gustaría darle el crédito que se merece.
Continuamente utilizamos aforismos y frases latinas en nuestros escritos y conversaciones para hacer referencia a una entidad muy concreta o a un modo específico de realizar algo. Así, solemos denominar rara avis a una persona fuera de lo común y pasamos nuestras vidas aprovechando el carpe diem, ya que nos sentimos atrapados en un tempus fugit constante.
Muchas ciencias también echan mano de estas ‘palabrejas’ en su ejercicio profesional. Estamos habituados a que se hable de la hora del rigor mortis o a que a cualquier especie biológica se la defina por su unívoco nombre científico y así evitar confusiones. Qué decir del ámbito jurídico y financiero…
Estas dos áreas son particularmente prolijas en cuanto al uso de latinismos, por lo que para dedicarse a cualquiera de estos ámbitos profesionales es necesario familiarizarse con expresiones como de iure, de facto, habeas corpus, res inter alios acta… Algunos de ellos son tan comunes que ya han sufrido el habitual proceso de lexicalización y han pasado a formar parte de la lengua habitual, ya adaptados hasta a las normas generales de acentuación, e.g. superávit, déficit, cuórum…
¿Cuál puede ser el motivo que mantiene al latín en un estatus de tanta actualidad? En primer lugar, la pragmática. El uso de aforismos y expresiones latinas está principalmente supeditado a su función unívoca. Cuando los utilizamos, estamos invocando una única realidad común a todos los hablantes y que, por lo tanto, no deja lugar a dudas en cuanto a su especificidad. Tanto es así que, se usan mayoritariamente en su forma inalterada en todos los idiomas, menos los más usuales que ya han sufrido el proceso de lexicalización, como se ha mencionado previamente.
En segundo lugar, el latín aporta un tono formal e imperturbable a los textos; dota de solemnidad tanto al contenido como al emisor, y eso es un recurso muy útil para muchos documentos, entre ellos los diplomas y certificaciones oficiales. Muchas universidades anglosajonas han incentivado esta característica y recurren al latín para expedir sus titulaciones. Prueba de ello son las solicitudes de traducciones juradas del latín que recibimos ocasionalmente.
Ya para finalizar, cabe destacar que, a pesar de considerarse una lengua muerta, el latín, junto con el griego clásico, siguen siendo una fuente inagotable para la creación de neologismos, mediante la utilización de procesos de creación de palabras como la derivación o la composición. Así, nuevos conceptos y realidades científico-tecnológicas continúan aprovechando partículas clásicas para la construcción de sus tecnolectos. Algunos ejemplos podrían ser: androide, desalinización, suprarrenal, ciclogénesis…
Como hemos podido observar, contar con nociones básicas de latín resulta en un valor añadido para cualquier persona, enriquece su acervo cultural y es fundamental para todos aquellos que usamos la lengua como herramienta de trabajo. Así, podemos afirmar que las lenguas muertas permanecen efectivamente muy vivas.
No obstante, un gran poder conlleva una gran responsabilidad, y el conocimiento de las lenguas muertas también implica saber en qué tipo de textos utilizarlas, así como ser consciente del cambio de tono que propician. Por lo tanto, no lo solo debemos entender su significado, sino hacer un uso inteligente y limitarlo a los momentos propicios. No queremos pecar de pedantería en nuestros textos y, mucho menos, entorpecer o imposibilitar la comunicación con nuestro público meta, el cual deberá compartir los mismos conocimientos lingüísticos.
Por todo ello, proponemos un uso responsable de las lenguas muertas, y en particular del latín, para que nadie nos mire como una rara avis por usarlas, pero sin llegar a elaborar textos plagados de palabras inmutables que los conviertan en entramados ortopédicos.