Diciembre de 2018, una humilde agencia de traducción llamada TRIDIOM está enfrascada en su día a día traduciendo documentos de todo tipo e idioma. Los traductores aporrean los teclados de sus ordenadores con cara de concentración, los revisores consultan diccionarios debatiendo entre ellos la eterna búsqueda del término idóneo, y los gestores de proyectos hacen malabarismos mientras atienden llamadas, emails y clientes, organizando todos los encargos y entregas.
Todo parece seguir su ritmo habitual, nada hace pensar que pronto nos enfrentaríamos a un terrorífico misterio.
De repente, suena el teléfono…
– Traducciones TRIDIOM, ¿en qué podemos ayudarle? – Un cliente solicita una traducción jurada de sueco, nada sospechoso en principio, aunque se trate de un idioma poco común en el mundo de la traducción de documentos y por lo tanto sean pocos los traductores jurados de este idioma.
No es la primera vez que nos solicitan una traducción jurada de sueco, y nuestra gestora de proyectos le indica al cliente que va a confirmar la disponibilidad de un traductor jurado de sueco con el que hemos colaborado en otras ocasiones y que hasta ahora trabajaba como autónomo.
Al llamar responden con un – Despacho de XXXXX…, no está ahora en la oficina pero, ¡por supuesto, podemos ocuparnos de todo! – nos indican el precio y plazo del trabajo, como suele ser habitual, y procedemos a transmitir esta información a nuestro cliente. En ningún momento pensamos que pudiéramos estar a punto de ser víctimas de un intento de estafa con suplantación de identidad y falsificación documental; y por eso tras la aceptación de nuestro cliente, les confirmamos el encargo.
Los días pasaron sin indicio de problemas, ¡qué feliz y sencilla es la vida de una agencia de traducciones cuando puede confiar en todos los profesionales con los que colabora! Nunca hubiéramos sospechado que íbamos a tratar con el gestor de proyectos de un traductor ya perteneciente al “Club de los Jurados Muertos”.
Llega el día de la entrega… pero no así la traducción encargada. Un “si te he visto no me acuerdo” en toda regla: ni hay documento, ni contestan a las comunicaciones ni por email ni por teléfono. Desaparecido todo indicio de profesionalidad en la agencia del traductor jurado, todo TRIDIOM nos volcamos en localizarlos. Puesto que parecía imposible hablar con el gestor que se ocupaba y que daba la callada por respuesta, optamos por buscar métodos alternativos de contactar con el jurado directamente, como habíamos hecho hasta el momento.
Comienza la búsqueda y nuestra agencia de traducción se convierte fugazmente en la redacción de “equipo de investigación”. Primero nos damos cuenta de que desde julio de este año, los “nuevos” teléfonos e email del traductor jurado no coinciden con los originales (los oficiales de la lista del MAEC) y que salvo los de dicha lista, en todas partes han cambiado a los nuevos datos de contacto (ProZ, Translators café, LinkedIn, etc.) indicando como persona de contacto al nuevo “gestor amigo”.
Todo empieza a tomar sentido cuando descubrimos la esquela del traductor jurado, quien había fallecido 6 meses atrás, casualmente la misma fecha en que fueron modificados sus datos en todas estas redes.
¿Quién entonces se supone que va a firmar esos documentos?, ¿quién nos ha confirmado el trabajo de un profesional que ha fallecido?
Todas estas preguntas surgían mientras leíamos ojipláticos las condolencias de muchos traductores que colaboraban con él. Todo apunta a que alguien está cometiendo una infracción muy grave que incluso podría considerarse un delito.
Seguimos llamando e insistiendo, ahora con más motivación si cabe, al teléfono donde inicialmente habíamos contratado el servicio hasta que conseguimos ser atendidos. Nos dice que lo sienten, que han tenido mucho trabajo y que se les ha pasado, que lo pueden tener en otros 10 días. Ante tanta falta de seriedad solicitamos hablar directamente con el traductor jurado, y obviamente nos dicen que no está disponible (y tanto, está muerto). También nos confirman que la va a sellar el traductor jurado, con respuestas carentes de profesionalidad e incluso mofándose de nuestro enfado. Eso sí, nos mandan una factura proforma solicitando el pago por adelantado para empezar a trabajar.
En traducciones TRIDIOM siempre tratamos con profesionales, traductores e intérpretes con formación y experiencia que ofrecen la mejor calidad en sus trabajos. Como traductores jurados, somos muy conscientes de que el intrusismo es muy nocivo para el sector y para todos los profesionales que trabajamos en él. Y, por supuesto, estaba nuestro cliente, a quien habíamos confirmado una traducción que no iba a llegar y con quien fuimos sinceros, reorganizándola de nuevo, con todo lo que ello implica.
Somos traductores jurados, vamos a cumplir 20 años en el sector ofreciendo siempre el mejor servicio…
ESTO NO PUEDE QUEDAR ASÍ.
Tras aunar toda la información posible, comunicamos la situación a los organismos que se suponen “reguladores”, presentamos los emails y todas las comunicaciones, les mostramos la esquela de traductor jurado y las condolencias, e invertimos todo el tiempo disponible en alertarles para que comprueben de primera mano si se está usando el sello de este traductor tras su muerte y procedan a eliminarle de la lista del MAEC.
La respuesta es tajante, no van a mover ni un dedo.
Ya conocemos cómo funcionan estos organismos y compartimos el sentir general de los traductores jurados españoles al respecto, pero a pesar de ello fue una gran desilusión, un sentimiento de desprotección y de injusticia para todos los profesionales.
En TRIDIOM tenemos muy claro que cuando algo nos importa no nos damos por vencidos. Por ello empezamos a contactar con otros profesionales y alzamos nuestra denuncia a otros organismos públicos también relacionados con el sector. Al fin logramos que uno de ellos entendiese la gravedad de la situación ante un posible intento de legalización de una traducción jurada y pusiese interés en confirmar si se estaba produciendo.
Como nosotros antes, contactaron con el organismo encargado, pero en esta ocasión al tratarse de una denuncia por parte otro organismo recibieron una respuesta muy diferente a la que nos dieron a nosotros: ahora iban a realizar las comprobaciones pertinentes para ver si efectivamente se estaban firmando traducciones juradas de forma irregular utilizando el sello de un traductor jurado fallecido, suplantando así su identidad y emitiendo documentos oficiales de manera ilegal a todo tipo de particulares.
Así nos lo hacen saber, junto con que eliminarán sus datos de la nueva lista y nos alegramos por ello, pero ninguno cantamos victoria.
Primero, por la existencia de traductores buitres, dispuestos a usar el sello de un compañero fallecido para timar a particulares o a empresas que poco saben del sector. Segundo, porque hay organismos estatales que supuestamente existen para regular y controlar todo lo concerniente a las traducciones juradas, pero que a la praxis no cumplen ni lo uno ni lo otro. Y, por último, porque el mayor perjudicado, el cliente final de la traducción jurada, una persona que seguramente precise esos papeles para un trámite importante, no tiene medios ni para prevenir ni para denunciar posibles fraudes, y eso sí que es terrorífico.